miércoles, 11 de agosto de 2010


Observa Stevenson que hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Los largos siglos de la literatura nos ofrecen autores harto más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador. Lo fue en el diálogo casual, lo fue en la amistad, lo fue en los años de la dicha y en los años adversos. Sigue siéndolo en cada línea que ha trazado su pluma.
Más que los otros de su especie, Oscar Wilde fue un homo ludens. Jugó con el teatro; La importancia de llamarse Ernesto o, como quiere Alfonso Reyes, La importancia de ser severo, es la única comedia del mundo que tiene el sabor del champagne. Jugó con la poesía; La esfinge , no tocada por lo patético, es pura y sabiamente verbal. Venturosamente jugó con el ensayo y con el diálogo. Jugó con la novela; Dorian Grey es una variación decorativa ejecutada sobre el tema de Jekyll y Hyde. Jugó trágicamente con su destino; inició un pleito que sabía de antemano perdido y que lo llevaria a la cárcel y a la deshonra. En su destierro voluntario le dijo a Gide que él había querido conocer “el otro lado del jardín”.
Nunca sabremos qué epigrama le hubiera inspirado el Ulises de Joyce.
Oscar Wilde nació en Dublín en 1854. Murió en el Hotel d’Alsace, en Paris, en el año 1900. Su obra no ha envejecido. Pudo haber sido escrita esta mañana.

Jorge Luis Borges

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